
A flor de piel,
amor de quien en la boca del que mucho muerde
y sin embargo miel.
Dulce espino que transcurre muriendo tan relativo,
pues su onda traviesa a menudo jóven vibra madrugadora,
devolviéndole al corazón vivo pura musicalidad en las olas,
con las olas puestas en los oídos.
Aunque ocasionalmente desafinen sus sonidos,
a petición maleducada de mi dignidad:
Que el propio alma se niega en la ribera de unos senos,
en la sonrisa de una falda,
tras las heridas del amar.
Rubén G.Barreiro
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